miércoles, 31 de octubre de 2012


HALLOWEEN EN GODOJOS.


En la víspera de TODOS LOS SANTOS, los habitantes de Godojos celebrábamos, desde hace muchos años nuestro particular HALLOWEEN. Nos adelantamos al mundo Anglo-Sajón, lo que pasa es que lo celebrábamos con un sentido religioso diferente. No necesitábamos disfrazarnos para pasar miedo. Al atardecer empezaban las campanas a tocar a muerto. Era un toque quejumbroso. A mi se me ponía la carne de gallina. Antes de que se hiciese de noche, todos los niños estábamos recogidos en casa, calentitos junto al hogar, y bien apretaditos a nuestros padres o abuelos. Con las últimas luces habíamos echado un vistazo de  reojo al  cementerio, donde los muertos descansan por toda la eternidad.
Después de cenar salíamos bien abrigados de casa y nos encaminábamos a casa de mi abuela Petra. Allí rezábamos los quince misterios del rosario y después contestábamos a las letanías. También recordábamos a los difuntos de la familia y volvíamos a rezar padrenuestros y responsos por el eterno descanso de sus almas.
Lo bueno venía cuando se acababan los rezos. Recuerdo que mi abuela sacaba un riquísimo y dulcísimo mostillo, pastas diversas, nueces y almendras que guardaba para esta conmemoración. Mientras comíamos estos dulces se seguía hablando de los muertos y de los cementerios. Alguien contaba que los pastores habían visto salir del cementerio luces y llamaradas especiales. Decían que eran las almas del purgatorio que viajaban en pena por aquellos parajes. De mayor supe que eran fuegos fatuos, producidos por el sodio que llevan nuestros cuerpos.
Una noche pasé mucho miedo, porque mi padre nos leyó la leyenda de “Maesse Pérez el organista” de Gustavo Adolfo  Becquer. Yo temblaba de miedo imaginándome oír los acordes de aquel viejo órgano, tocado por el alma del organista difunto. Más adelante disfruté leyendo las preciosas, intrigantes y misteriosas leyendas de “El Miserere” o “El Monte de las ánimas” del mismo autor. Si alguien quiere pasar una buena noche de HALLOWEEN que se atreva a leer estas estupendas leyendas.
Ya tarde regresábamos a casa. Aún seguían tañendo las campanas con sonidos lastimeros y lúgubres. A veces en la barbacana de la fuente habían puesto dos calabazas imitando una calavera a la que una vela iluminaba los vacíos ojos y boca . Os aseguro que nos acostábamos tiritando, no tanto por el frío, que lo hacía en abundancia, sino por el miedo que nos llegaba a lo más profundo de nuestros huesos.
ZARAGOZA, 31 DE OCTUBRE, 2012
CARLOS ALDA 

No hay comentarios:

Publicar un comentario