lunes, 28 de mayo de 2012

DÍA 22 DE MAYO. SANTA QUITERIA ABOGADA DE LA RABIA Y PATRONA DE ALHAMA DE ARAGÓN


ALas fiestas populares son las más bonitas y las que conservan todo el poder, la alegría y la tradición de un pueblo.
Alhama celebró la fiesta de su patrona con una alegría y un entusiasmo, que podía contagiar a cualquiera que tuviese la suerte de participar en ella.


Recuerdo que fuimos una vez en familia a dar gracias a santa Quiteria, abogada de la rabia, porque un perro nuestro, llamado “LITRI”, mordió a un chico del pueblo, pero no le trasmitió la rabia. Mis padres adornaron  el carro de mi abuela con ramas verdes y flores de las que abundan en mayo. Las dos familias montamos de madrugada en el tradicional vehículo y después de hora y media nos presentamos ante la ermita de la Santa. Oímos misa con devoción y al terminar, la tía Joaquina, madre del niño mordido, cantó varias coplas a la abogada de la rabia, en agradecimiento porque a su hijo no le había pasado nada. Después nos unimos a la celebración de todo el pueblo de Alhama, comimos una rica comida, oímos la música, bailamos, cantamos y jugamos llenos de alegría. Guardo un maravilloso recuerdo de ese día, a pesar de ser un niño todavía pequeño.
Cincuenta y muchos años después he vuelto a vivir la fiesta de santa Quiteria con su peregrinación hasta la ermita. Todo se lo debo a la amabilidad de  Celia y a Tito que, a través de Conchita y Borque, me invitaron a la fiesta. La hija de Celia era la que tenía la VARA, pero fueron sus padres los que le ayudaron en la organización y desarrollo de la fiesta, ya que llevaban alrededor de CIEN invitados.
Al llegar a Alhama me encontré con la procesión, que acompañada de charanga, llevaban a la Santa Virgen a la ermita de san Roque. Es costumbre cantarle a la Santa coplas en la que se le piden los deseos propios de cada uno. Celia le cantó en su ermita y le pidió que aumentase la familia y que mantuviese la fe de todos. Celia está preocupada y entusiasmada porque su hija está embarazada y en unos meses dará a luz a un niño. De ahí su petición.
A las once y media montamos en los tractores camino de la ermita. La salida se anunció con unos cohetes y todos seguimos al tractor que llevaba la VARA MAYOR,  con la imagen de la Santa. En el camino se nos ofrecieron pastas y riquísimo vino dulce que bebíamos en porrón, aunque con el traqueteo del tractor resultaba  bastante difícil. Rubén, hijo de Celia y de Tito, que ocupaba la parte trasera del tractor, resultó ser un experto en estos menesteres. Marisa, una simpática madrileña invitada a la fiesta, también lo intentó con mucho cuidado y notable éxito.
Una vez que acampamos en la llanura, al pie del monte de la ermita, iniciamos la empinada, dolorosa y costosa subida. La vereda era estrecha y muy empinada. El sobrealiento se hacía notar en nuestros pechos. No sin esfuerzo llegamos hasta  la pequeña altiplanicie donde se encuentra la ermita. Entramos con respeto y devoción y saludamos a la Santa que se encuentra en el centro del altar.
La ermita es muy sencilla. El recinto está bien blanqueado y limpio. Tiene un pequeño retablo con altar y un púlpito, en mitad de la sala. Adosados a las paredes se encuentran unos rudimentarios poyos para que la gente pueda sentarse. Al lado de la ermita hay un solar donde sin duda ninguna debió estar la casa del ermitaño o santero hace años. En la planicie hay una charca con abundante agua. También hay árboles y plantas rodeando la ermita y la charca. Más arriba se encuentra el pequeño manantial que alimenta a la charca.
El cura don Ramón dijo la misa y los asistentes cantaron y rezaron con devoción. Todas las personas que subieron hasta la ermita  entraron para ver y saludar a la Santa. Se notaba que había un rescoldo de fe y de emoción en todos los que con cariño subieron hasta el cerro.
Me contaron los de Alhama que, en tiempos, la ermita era compartida por Alhama y Bubierca. Como había disputas y alguna que otra riña, los de Alhama cedieron unos terrenos a los de Bubierca y adquirieron la prioridad para celebrar la fiesta de la santa siempre, ellos solos, el día veintidós de mayo.
Abandonamos el monte y bajamos al valle. Allí nos esperaba un riquísimo y variado vermut y una abundantísima y apetitosa comida. Grupos de personas se habían distribuido en distintos lugares del valle y de la chopera. Encontramos mesas bien dispuestas, con amplios tableros, llenas de platos con diversos aperitivos, jamón, chorizo, cortecitas, queso, tortillas al gusto: de patata, de patata y cebolla, de verduras, de chorizo, de jamón, de escabeche, de gambas… en unas enormes parrillas asaron varios kilos de sabrosísima papada y de riquísimas chuletas de cordero de Aragón. Tampoco faltaron los postres de un aspecto y una variedad envidiables.
Había agua fresca, cerveza con alcohol y sin, vino blanco, clarete y tinto en abundancia. Después de los postres tuvimos café y variedad de licores, destilados, coca colas, tónicas, pacharán, orujos, chupitos… No sé como el cuerpo de algunos pudo aguantar tanta cantidad y variedad de licores como ingirieron.
La  comida resultó muy animada. Hubo brindis abundantes, apetito envidiable, carcajadas y buen humor a raudales. En la sobremesa se cantaron jotas y otras canciones que las personas cantamos cuando hemos bebido y estamos contentos.
Salvo una pequeña lipotimia, sin duda debida al calor, no hubo que lamentar el más mínimo incidente.   
A las seis de la tarde se bajó a la gran chopera donde los feriantes habían instalados diverso puestos de venta y esparcimiento. La charanga tocó música bailable y la gente joven se animó a bailar y a pasarlo estupendamente durante más de una hora.
A las ocho volvíamos a montar en el tractor y a recorrer el viaje de vuelta, porque los cofrades tenían que ir a buscar a la Santa que por la mañana habían dejado en la ermita de san Roque y devolverla a la suya. En el garaje del Manazas  se formó la comitiva presididos por la VARA MAYOR  y precedidos por el pendón, con la imagen de la santa, que iba abriendo paso. La charanga tocaba animadas canciones y el pendonero bailaba el pendón con una maestría que admiraba al público.
Cuando llegamos al centro del pueblo, desde las aceras y desde las terrazas de los bares la gente aplaudía al grupo de cofrades y a la comitiva. Estos respondían lanzando una lluvia de caramelos que los niños y niñas y algunos mayores recogían con verdadero entusiasmo. Pasmos el puente y dimos por terminado el viaje. Los cofrades llevaron a su Santa a la ermita y después se reunieron a cenar en el garaje. Comida y bebida tenían en abundancia.
Gracias amigos de Alhama por haberme permitido pasar un día tan estupendo. Gracias Celia, Tito, Mariano, Carmen, Pascual, Máximo, Carlos Galindo, Conchita y J. Borque. Gracias a todos por vuestra amabilidad, por vuestra fe y cariño hacia la Santa y por vuestro saber estar en todo momento.
CARLOS ALDA. ZARAGOZA, 25 DE MAYO DE 2012RAGÓN