lunes, 25 de febrero de 2013

ALMUERZO DE FEBRERO


Un nuevo almuerzo celebramos a mitad de febrero. Asistimos todos  menos el amigo Roque que está aprendiendo a manejar el ordenador y tenía clase a esas horas. Nos recordamos especialmente de ALFONSO CEBOLLA, nuestro amigo y asiduo asistente a los almuerzos. Lo añoramos y brindamos por él, convencidos de que desde arriba nos vería y disfrutaría recordando los muchos almuerzos en los que él participó. Invitó Ángel Ramos, mi cuñado. El lugar de la celebración fue el de siempre, el restaurante – bar, EMPERADOR. Nos trataron muy bien. Unos platitos con morcillas y otros con longanizas para abrir boca. Después los consabidos huevos fritos con jamón o panceta y con riquísimas patatas fritas, de las que ya no se hacen. Por supuesto sacaron un buen vino tinto y al final nuestros cafés, copas o chupitos de orujo. Terminamos la mañana jugando al guiñote.

Hablamos de muchas cosas. Salió a relucir la reciente meriendilla celebrada en Godojos el día de SÁBADO OVERO. Todos nos recordábamos de las molletas y buñuelos que nuestras madres nos preparaban. También salieron a relucir esas CLUECAS que se cocían en el horno rellenas de dos huevos duros, los tallos de longaniza, las magras y las costillas de cerdo.

Alguno recordó que aunque el tiempo fuese malo y extremadamente frío no perdonábamos la meriendilla por nada del mundo. En Godojos se pasaba mucho frío en invierno. La verdad es que lo combatíamos de la mejor manera posible. ¡Como se agradecía que por las noches se calentasen las camas con los calentadores! ¡Qué buenas sabían las sábanas calentitas! Y que frías estaban si no quedaban brasas para que el calentador les quitase el frío. También se calentaba agua que se metía en botellas, a veces ladrillos que tomaban calor en contacto con la plancha del hogar. Aún así los sabañones hacían su aparición en las manos, en los pies y en las orejas. ¡Qué puñeteros eran y cómo picaban!

En las escuelas encendíamos las estufas siempre que el Ayuntamiento nos comprara serrín, que recuerdo se guardaba en el matadero. Un año que no había serrín, el maestro de turno, llamado don Francisco, nos pidió que bajásemos todas las suelas que tuviésemos de alpargatas o sandalias. Ardían en la estufa que era un placer y calentaban muchísimo. Olía a goma, pero ese olor era fácilmente  soportable. Las chicas se bajaban las rejillas con brasa y así tenían calentitos los pies.

Alegra recordar estos tiempos y estas privaciones. Doy fe que no por eso perdíamos la alegría ni las ganas de jugar. Con pocas cosas éramos felices en el pueblo, tal vez porque nos conformábamos con lo que teníamos y con el cariño de nuestras familias y de nuestros amigos. Hoy para ser felices necesitamos muchas cosas y a veces no lo somos  porque no recibimos el cariño y las atenciones de aquellos que deben querernos.

CARLOS ALDA.

ZARAGOZA 22 DE FEBRERO DE 2013  

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