Los
inviernos eran duros en Godojos. Todos los años solían caer grandes nevadas,
que hacían difícil la circulación por las calles. Recuerdo haber visto a mi
padre y a otros hombres retirar la nieve con palas para abrir caminos hacia la
fuente o hacia la iglesia. Los tejados se llenaban de chorlitos o carámbanos
que colgaban como puñales amenazadores. Los pobres gorriones se acercaban hasta
los gallineros intentando conseguir algunos granos de alimento. Por las mañanas
los hombres se refugiaban en la posada del
Tío Ramón o tomaban el sol, si es
que lo había, en lugares protegidos del aire y por las tardes se llenaba el bar
de personas que jugaban a las cartas y fumaban sin parar. Las mujeres
permanecían en las casas calentitas junto a los braseros, cosiendo, jugando a
las cartas o en amigable conversación con las amigas o familiares.
La
vida en Godojos era muy sencilla. Gracias a que se había matado el cerdo había
comida abundante y la grasa necesaria para apañar los cocidos, las patatas o
los diferentes guisos que entonces se hacían. Se comían las morcillas y las
ricas tajadillas de papada o de la cinta que sabían a gloria. El corral estaba
abarrotado de sarmientos, que se habían recogido después de la poda, pasando
mucho frío al sarmentarlos. Entre las aliagas, los sarmientos y tal vez alguna
cepa se mantenía caliente el hogar y la cocina, lugar donde se hacía la vida.
No
faltaban los huevos, pues todo el mundo tenía sus gallinas en el corral, ni la
leche para desayunar por las mañanas,
pues la madre ordeñaba la cabra dos veces. También teníamos los cabritillos a
los que habíamos cuidado con mimo y con cariño. Cuando nacieron disfrutamos de
los sabrosos calostros y cuando ya eran mayores los sacrificábamos con gran
pena.
Las
fiestas en invierno eran pocas pero muy celebradas: San Antón, san Sebastián,
la candelaria y san Blas. San Blas en Godojos era punto y aparte. Ya conté el
año pasado como se hacía. El gallo que colgábamos en la plaza, nos alegraba el
día a todos. Recuerdo que en cierta ocasión
vimos venir al Goyo con tres pollos, dos capones y un gallo. Los había
ganado en una carrera de las que se hacían en los pueblos. Ese año le compramos
a la tía Paca el gallo que había ganado el Goyo, que era muy hermoso y con una
cresta muy roja. San Blas era una fiesta entrañable y poética a la vez. Los
vates del pueblo componían versos y rimaban canciones contando las andanzas del
gallo por las casa del pueblo.
Otras
fiestas de invierno eran LAS MERIENDILLAS que se celebraban el JUEVES LARDERO Y
EL SÁBADO OVERO, donde aparte de comer la molleta con el palmo de longaniza y
las magras de lomo, o la clueca con los huevos duros y las cosas buenas del
cerdo. Además esos días comíamos los buñuelos, huecos, sabrosos, endulzados con
azúcar o con miel. Las cuevas de san Jorge eran nuestros refugios esos días.
Actualmente aún celebramos en Godojos la merienda del sábado overo.
Después
de las merendillas venía el miércoles de ceniza y el inicio de la cuaresma. Los
maestros nos subían a la iglesia para
que nos impusieran la ceniza y nos recordaran que somos polvo y que en polvo
nos tenemos que convertir. También nos subían a la iglesia el viernes por la
tarde para hacer el “VIACRUCIS”, así que nos sabíamos de memoria lo que se
rezaba en cada estación.
Después
de la cuaresma terminaba el invierno y llegaba la primavera. Con el buen tiempo
también la vida mejoraba en Godojos.
CARLOS
ALDA
ZARAGOZA
7 DE FEBRERO DE 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario