jueves, 14 de abril de 2011

RECORDANDO LA SEMANA SANTA DE GODOJOS

LOS CENTURIONES
Así como las mozas del Señor eran chicas, los centuriones eran chicos. También iban pasando por ese oficio casi todos los mozos. Los atuendos de los centuriones estaban repartidos entre diversas familias del pueblo. El vestuario era especial, similar al representado en las figuras del monumento: Alpargatas con cintas atadas a las piernas, medias blancas, faldón, camisa, peto metálico, gorro con penacho, espada y larga pica pintada de colores. Sí, se parecían a los soldados romanos.
Los centuriones hacían guardia delante del Santísimo y acompañaban a los pasos en las procesiones del Jueves y Viernes Santo. Espectaculares resultaban los relevos ante el monumento, sobre todo, los años en que Fernando Ciria actuaba como capitán de la guardia. Saludos, inclinaciones de cabeza, giros sincronizados, golpes con la pica en la tarima de la iglesia y desfile marcial hacia la sacristía.
Los centuriones pasaban todo el día en la iglesia, bien velando al Santísimo, bien descansando en la sacristía. Para superar con éxito las horas de vigilia,  se preparaban a conciencia y sobre todo, recuperaban fuerzas con la rica limonada, que tonificaba su cuerpo y daba alegría a su corazón. Varios litros de limonada se consumían en los descansos. Al final de la tarde, todos los centuriones iban algo cargadillos, y eso se notaba en los golpes y más golpes de picas que repartían a lo largo de la procesión.
Normalmente, ya en Pascua, las Mozas del Señor invitaban a los centuriones a su merienda.

LOS CAPUCHINOS
En Godojos se llamaba capuchinos a los que se vestían con una túnica especial y se tapaban la cabeza con una capucha.
Se vestían con túnica: Toribio, que llevaba la cruz en la procesión del Jueves Santo y los dos Cireneos, que le ayudaban, el tío Donoso y el Pedrillo. Recuerdo que el tío Bernabé, que estaba entre los que llevaban a la Dolorosa y a san Juan, para el encuentro en la calle de La Amargura, también vestía una túnica negra y un capuchón plisado con dos agujeros para los ojos.
Las otras túnicas eran sencillas, de color morado, atadas a la cintura con un cíngulo y sin capirote.
A mi, de chico, me impresionaban mucho los capuchinos, en especial  Toribio, que hacía descalzo toda la procesión, con la cruz de Jesús a cuestas. La última vez que estuve el Jueves Santo en Godojos, llevó la cruz, con mucha dignidad y respeto, Enrique López (El Machaca).

LOS MONAGUILLOS
Los monaguillos tenían un protagonismo especial durante los días de la Semana Santa. A parte de asistir a todos los oficios religiosos, que eran muchos, como dejaban de sonar las campanas, recorrían las calles del pueblo golpeando el gran mazo que tenía el cura y llamando a los fieles a la función religiosa que se iba a celebrar: “A la procesión”, a “los maitines”, al “Sermón de la Bofetada”, al “sermón de la Siete Palabras”… Especial atractivo tenían para los chicos los maitines. Aunque resultaban largos y pesados, aguantábamos estoicamente, porque cuando se apagaba la última vela del lucernario, se representaba el temblor de tierra que hubo a la muerte del Señor. Entonces todos tocábamos nuestros mazos y carracas, a la vez que pateábamos la tarima para hacer más estruendo. Recuerdo que leyendo “Requien por un campesino español” de Ramón J. Sénder, comentaba este mismo episodio de su pueblo. Allí le llamaban “matar a los judíos”.
La procesión del Jueves Santo también la anunciaba el tío Valero, con una campana especial y diciendo unas frases que a los chicos  y chicas nos sobrecogían de miedo:
“Mira que te mira Dios,
mira que te está mirando,
mira que vas a morir,
mira que no sabes cuándo”.

Otros versos también se decían para asustar a los que no ayunaban  el Viernes Santo.
“Viernes Santo no ayuné,
alma mía dónde iré  
al corral de las montañas,
a comer hierbas amargas
y limones amarillos”.

Las dos procesiones más solemnes eran la del Jueves Santo y la del Viernes Santo. En la del Jueves Santo los chicos esperábamos el encuentro de Jesús con la Dolorosa y san Juan en la calle de la Amargura, pero todavía nos impresionaba más la aparición de la mujer del tío Federico, que se asomaba a la ventana, entre dos farolillos y con una palidez cadavérica. Era la única vez en todo el año que se dejaba ver.
La procesión del Entierro, del Viernes Santo, se hizo muy solemne cuando se compró el Cristo articulado y mi tío José Luis, el padre de los Nietos, construyó la cama. La representación del descendimiento de la cruz y del entierro era realmente teatral, los centuriones y su capitán lo hacían a conciencia y a todos nos impresionaba mucho.
He dejado de nombrar el Vía crucis, que todavía se hace, subiendo al cementerio y alrededor de la ermita de santa Ana. Los madrugadores que participaban y participan en él lo hacen con fervor y devoción. No perdamos esa buena costumbre.
El sábado de Gloria, después de los oficios, los monaguillos vestidos con nuestras sotanas y roquetes, y llevando el hisopo y el calderillo con el agua bendita, íbamos de casa en casa cantando el “Regina coeli laetare aleluya”, rociábamos las casa con el agua bendita y recibíamos propia en dinero o en especies. Con todo lo recogido hacíamos una gran merienda. 

No he nombrado el solemne “Miserere” que se cantaba en la procesión del Jueves Santo ni las “Horas del Reloj”, auténticas joyas de Godojos que gracias a Dios, al menos las Horas del Reloj, donde se narra toda la Pasión de Jesús, se han recuperado y se cantan al terminar la procesión. Copió dos artículos que escribí sobre ellas y que los publicó Heraldo De Aragón hace ya años.

CARLOS ALDA GÁLVEZ





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