sábado, 16 de abril de 2016

HERMANO ALFONSO

Querido hermano Alfonso. Hoy nos sentimos especialmente tristes porque tenemos que decirte adiós para siempre. Es muy duro pensar que se acabó el cariño que tú nos diste  en vida, aunque lo guardemos como el mejor de los recuerdos. Nos consuela a todos pensar que ya estás en el cielo junto a Dios y también  saber que, en esta vida, todos los que tuvieron relación contigo te apreciaron de verdad, y que a la vez que repartiste generosamente tu cariño, también lo recibiste.
¡Qué sorpresa te habrás llevado al encontrarte frente a Dios! Tú, que de por sí eras hombre de pocas palabras, te habrás quedado mudo. Él te habrá cogido de la mano y te habrá dicho: “¡Ánimo, hijo, ya has llegado!” Y como  de pasada, te habrá susurrado al oído: Ya teníamos ganas de verte  por aquí con nosotros. Siempre he escuchado tus oraciones y tus buenas intenciones y deseos. Ahora todo es una realidad nueva.
Querido hermano Alfonso, de la mano de Dios, habrás comprobado que  los dolores de espalda y de riñones han desaparecido. Que el calendario de fiestas, que tú también te sabías, se ha trasformado en una fiesta continua. Que el cielo consiste en estar junto a Dios nuestro Padre amoroso lleno de felicidad. Comprobarás que Dios siempre ha estado a tu lado, porque Dios siempre ha estado con nosotros, junto a nosotros, dándonos todo su cariño. Después de este primer encuentro con Dios, tu amigo y nuestro amigo,  tus fallos habrán quedado sepultados para siempre en el baúl vacío de los recuerdos muertos. Habrán aparecido  en tu memoria tus obras buenas, tu sencillez, el cariño que has repartido entre todos, tu fe sencilla en Dios, en Jesús y en María…  Y habrás empezado a entender que Dios es todo bondad y que es  gratuito, como el agua de la fuente, como el sol que nos calienta e ilumina todos los días. Y habrás comprendido, por fin, la parábola del Hijo Pródigo, y lo maravilloso que es sentirse Hijo de Dios y hermano de Jesús. Yo sé querido hermano que esto te habrá llenado de felicidad.
Para todos los que creemos en la otra vida, donde ya no habrá ni llanto, ni dolor ni penas, pensamos que no hay muerte, sólo hay mudanza, y en la otra orilla nos espera gente maravillosa. Seguro que te habrás encontrado con nuestros padres, con los que conviviste y a los que cuidaste tantos años, y también con otros muchos seres  queridos que   partieron antes que tú. Nuestro consuelo es pensar que la muerte no nos roba a los seres queridos, al contrario nos los guarda y nos los inmortaliza.
Fonsito,  yo sé que si ahora pudieras hablarnos nos dirías cosas parecidas a estas: “Pensad que lo que fui para cada uno de vosotros, lo soy todavía. Que mi nombre se pronuncie como antes, sin tristeza. Continuad riendo con lo que tantas veces nos hizo reír. Pensad en mí, sonreír y rezad conmigo. Recordaros de mí este verano cuando juguéis a las cartas. Yo no estoy lejos, solo al otro lado del camino. Secad vuestras lágrimas y no lloréis si me amáis. Yo estoy con Dios, con Jesús y con la Virgen María  a los que en mi pueblo me enseñaron a querer desde  niño”.

Tienes razón, pero con tu marcha nuestra pérdida es muy grande. Sabemos que nos hemos quedado  sin  un hermano  especialmente bueno. Nos costará admitir tu pérdida pero con toda seguridad que recordaremos los muchos momentos felices vividos junto a ti y pensaremos que nos esperas en la otra orilla, desde donde tú nos mirarás con cariño y sin añoranza, disfrutando de una felicidad completa. 

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