El día diez de diciembre, festividad de la Virgen de Loreto,
celebramos nuestro segundo almuerzo del curso. Invitaba JESÚS BORQUE, y
asistíamos Juan su cuñado, Paco, Roque, Máximo, Ángel, Borque y un servidor.
Total siete. Atrás quedaron los tiempos en que nos llegábamos a juntar hasta
doce. Varios ya celebran los almuerzos en el cielo y otros, como mi hermano
Alfonso o el gran Joaquín, ya no se atreven a celebrarlos con nosotros. Invitamos
a jubilados en buen estado que se apunten a disfrutar de estos ratos agradables,
en los que afianzamos nuestra amistad y comentamos cosas actuales y pasadas de
nuestro pueblo.
Las profesionales del bar Rusián, donde hicimos el almuerzo,
nos trataron muy bien. Dos huevos fritos bien hechos, limpios y con doradas
puntillitas, acompañados de crujientes patatas fritas, de jamón o de longaniza.
Unas morcillitas en su punto, sabrosas y llenas de enjundia. Como decía
Baltasar de Alcázar en su poesía de “La Cena Jocosa”, “la morcilla, ¡Oh gran señora! Digna de
veneración”, ¡qué rica está en las frías mañanas de diciembre!
Hablamos de todo. Comentamos lo que hacíamos en el pueblo en
la próxima fiesta de santa Lucía: la hoguera,
las patatas asadas, los traguillos de vino que nos bebíamos y el buen
ambiente que reinaba en medio de la plaza. También recordamos que el día
dieciocho era la Virgen de Esperanza y que este año celebraríamos su fiesta el
día diecinueve, sábado. Lo que se disfruta con la hoguera y lo que disfrutaban
los mozos haciéndola la víspera por la noche, cuando nosotros éramos niños. Nos
aplazamos para ir a Godojos y acompañar a la Virgen y saborear en el pabellón
el buen aperitivo que prepara el Ayuntamiento.
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