Querido hermano Alfonso. Hoy nos
sentimos especialmente tristes porque tenemos que decirte adiós para siempre.
Es muy duro pensar que se acabó el cariño que tú nos diste en vida, aunque lo guardemos como el mejor de
los recuerdos. Nos consuela a todos pensar que ya estás en el cielo junto a
Dios y también saber que, en esta vida,
todos los que tuvieron relación contigo te apreciaron de verdad, y que a la vez
que repartiste generosamente tu cariño, también lo recibiste.
¡Qué sorpresa te habrás llevado
al encontrarte frente a Dios! Tú, que de por sí eras hombre de pocas palabras,
te habrás quedado mudo. Él te habrá cogido de la mano y te habrá dicho:
“¡Ánimo, hijo, ya has llegado!” Y como de pasada, te habrá susurrado al oído: Ya
teníamos ganas de verte por aquí con
nosotros. Siempre he escuchado tus oraciones y tus buenas intenciones y deseos.
Ahora todo es una realidad nueva.
Querido hermano Alfonso, de la
mano de Dios, habrás comprobado que los
dolores de espalda y de riñones han desaparecido. Que el calendario de fiestas,
que tú también te sabías, se ha trasformado en una fiesta continua. Que el
cielo consiste en estar junto a Dios nuestro Padre amoroso lleno de felicidad.
Comprobarás que Dios siempre ha estado a tu lado, porque Dios siempre ha estado
con nosotros, junto a nosotros, dándonos todo su cariño. Después de este primer
encuentro con Dios, tu amigo y nuestro amigo, tus fallos habrán quedado sepultados para
siempre en el baúl vacío de los recuerdos muertos. Habrán aparecido en tu memoria tus obras buenas, tu sencillez,
el cariño que has repartido entre todos, tu fe sencilla en Dios, en Jesús y en
María… Y habrás empezado a entender que
Dios es todo bondad y que es gratuito,
como el agua de la fuente, como el sol que nos calienta e ilumina todos los
días. Y habrás comprendido, por fin, la parábola del Hijo Pródigo, y lo
maravilloso que es sentirse Hijo de Dios y hermano de Jesús. Yo sé querido hermano
que esto te habrá llenado de felicidad.
Para todos los que creemos en la otra
vida, donde ya no habrá ni llanto, ni dolor ni penas, pensamos que no hay
muerte, sólo hay mudanza, y en la otra orilla nos espera gente maravillosa. Seguro
que te habrás encontrado con nuestros padres, con los que conviviste y a los
que cuidaste tantos años, y también con otros muchos seres queridos que partieron antes que tú. Nuestro consuelo es
pensar que la muerte no nos roba a los seres queridos, al contrario nos los
guarda y nos los inmortaliza.
Fonsito, yo sé que si ahora pudieras hablarnos nos
dirías cosas parecidas a estas: “Pensad que lo que fui para cada uno de
vosotros, lo soy todavía. Que mi nombre se pronuncie como antes, sin tristeza.
Continuad riendo con lo que tantas veces nos hizo reír. Pensad en mí, sonreír y
rezad conmigo. Recordaros de mí este verano cuando juguéis a las cartas. Yo no
estoy lejos, solo al otro lado del camino. Secad vuestras lágrimas y no lloréis
si me amáis. Yo estoy con Dios, con Jesús y con la Virgen María a los que en mi pueblo me enseñaron a querer
desde niño”.
Tienes razón, pero con tu marcha
nuestra pérdida es muy grande. Sabemos que nos hemos quedado sin un
hermano especialmente bueno. Nos costará
admitir tu pérdida pero con toda seguridad que recordaremos los muchos momentos
felices vividos junto a ti y pensaremos que nos esperas en la otra orilla,
desde donde tú nos mirarás con cariño y sin añoranza, disfrutando de una
felicidad completa.
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