Siempre tenemos que alabar las buenas ideas y las buenas
acciones. Ayer, día 23 de enero, festividad de san Ildefonso de Toledo
plantamos en Godojos 200 arbolitos.
¡Qué alegría! A las diez estábamos citados en la plaza del
pueblo por el alcalde del municipio el amigo Santi. Todos vestidos con las más
variadas ropas. Unos con ropa de camuflaje y otros con pantalones de pana o vaqueros y botas o deportivos campestres.
Lo que si era común a los participantes era la alegría y las ganas de pasar un
día de campo sabiendo que íbamos a hacer una obra estupenda.
En la plaza nos encontramos nativos de Godojos, gente venida
desde Zaragoza y también varios que llegaron de Madrid. Estando a la espera, apareció Jesús
Nieto, en su todo terreno, que venía de Calamocha. Saludos, besos, abrazos,
algazara y alegría en el encuentro. Muchos admiramos las descarnadas moreras
podadas maravillosamente por Bienve. Sus enlaces y trenzados se asemejaban a
las arcadas románicas de un claustro medieval.
Una vez recogidos los pinos, cedidos generosamente por una
ASOCIACIÓN ECOLOGISTA, nos dirigimos, en una larga y ruidosa caravana de coches
todo terreno, a la finca elegida para plantar los árboles, que estaba situada
en una zona que llaman “Las Muelas”.
Por el camino fuimos contemplando y recordando los diversos
lugares pateados una y otra vez por nosotros cuando éramos pequeños y Godojos
era un pueblo lleno de habitantes. En pie todavía estaba un hermoso y
antiquísimo chopo, que todos conocen con el nombre de mi padre, ya que le
siguen llamando el chopo del tío Alfonso. En sus desnudas ramas aparecían más
de quince nidos de unos pájaros desconocidos. Con saltos y botes de los coches
por el estado agreste del camino llegamos a la finca elegida.
La finca era llana y hermosa. Santi había mandado ararla con
una profunda reja. La tierra aparecía negra y esponjosa, en barbecho desde
hacía años, muy descansada y deseosa de
servir para algo. El representante del movimiento ecológico planto el primer
pinito y nos enseñó cómo hacerlo. Había que hacer un pequeño hoyo, introducir
el arbolito con su tierra, taparlo hasta donde empiezan las verdes agujitas y
pisar la tierra con fuerza para que no quedase debajo de la planta nada de aire
y a la vez dejar en su entorno una cavidad suficiente para que cuando llueva se
recoja el agua en ella.
Aprendida la lección empezamos a plantar pinos a ocho pasos
de distancia unos de otros. Todos disfrutamos pero los más felices fueron los
niños y las niñas, que acompañados de sus padres, plantaban un árbol por
primera vez. Jóvenes empezaban a dejar sobre la tierra ese primer legado.
Después deberían cumplir con los otros dos mandatos: tener un hijo o hija y
escribir un libro.
La tarea la terminamos pronto. Los doscientos pinitos y unas
pequeñas encinas quedaban plantados. Fermín trajo unos bidones de agua y los
iba regando con mucho cuidado. Nos dijeron que quedaban por plantar 50 pinos
más, que no se habían podido traer. Estos estaban micotizados, para que con el
tiempo nuestros nietos puedan coger por ahí muchos rebollones.
Sin saber cómo aparecieron cervezas, vino, pan, chorizo,
longaniza, salchichón, mejillones, banderillas que compartimos en buna armonía
satisfechos por el trabajo realizado. La vuelta a casa fue también agradable,
porque el tiempo se quedó maravilloso, con un sol radiante y una temperatura
cerca de los 20º. Algunas mujeres volvieron andando, disfrutando de un
agradable paseo, pisando hierba, oliendo los aromas del romero y tostándose con
los rayos el sol.
En el pabellón nos esperaba una estupenda comida. Abundantes
tortillas de patata, bandejas de kiss con champiñón hechas por nuestro metre
Juan y unas ensaimadas de atún y tomate encargadas al panadero. Las cervezas,
el vino, las coca-colas u otros refrescos no faltaron. Este refrigerio lo
proporcionaba la comisión de festejos.
De postre unos pasteles sabrosísimos. En buena armonía dimos cuenta de ello,
pero sobró gran cantidad de todo y se subió al bar para que los que se quedasen
lo pudiesen disfrutar en la cena.
La realidad es que pasamos un día fabuloso. Acompañó el
tiempo, la buena armonía de los participantes y cumplimos el deseo de pasar un
día feliz, de esos que no se olvidan.
Desde aquí felicito a todos los que participaron en el evento
y sobre todo a los que tuvieron esta estupenda idea.
ZARACOZA, 24 DE ENERO DE 2016.
CARLOS ALDA GALVEZ
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