SÁBADO
DÍA 9 DE FEBRERO, LA MERIENDILLA. SÁBADO OVERO
Por
fin llegó el día de la meriendilla. Todo presagiaba que no íbamos a poder
celebrarla en la cueva de san Jorge, pero en pocas horas el tiempo cambió.
Brilló el sol con fuerza, el viento amainó y los que llegamos a la cueva
tapados hasta las cejas, dejamos las bufandas y tabardos en un rincón y
disfrutamos de unas horas de buen tiempo.
La
cueva estaba acogedora. Habían preparado dos cómodas mesas con manteles de papel, sobre los que
pusimos nuestras tradicionales molletas rellenas de sabrosas costillas,
chorizos, longanizas y magras en adobo además de una redonda tortilla de
patata. No faltaron los aperitivos para compartir ni el sabroso tinto en botella o en bota. El
buen humor y la alegría nos contagiaron a todos.
En
un rincón de la cueva, en previsión de que podía hacer frío, se encendió una
hermosa hoguera. No la necesitamos para calentarnos, pero sirvió para perfumar
el ambiente, ya que se quemó leña de romero y para asar unas láminas de rica
papada que trajo Salva desde Zaragoza.
En
los postres se pasaron por las mesas lo más típico de la meriendilla: LOS
BUÑUELOS. ¡Qué apetitosos estaban! Redondos, tostaditos, huecos por dentro,
como debe ser, endulzados con azúcar, con polvos dulces o con miel. Otros
rellenos con diversas mermeladas o cremas. Los hombres nos sentíamos
agradecidos a las manos de las mujeres, que todavía saben hacer dulces tan
sabrosos, como los hacían nuestras madres antaño.
Tal
vez por miedo a los pronósticos de mal tiempo, no estuvimos tantos como otras
veces en la cueva pero aún así participamos un grupo numeroso, alegre y muy
unido. Elena y Carlos trajeron a sus hermanos y hermanas de Madrid. María y
Domingo también subieron a la cueva. Puri y su marido Bienve estaban. Pili,
Santiago, su hermano y su hijo comieron también la meriendilla. Fermín y Toñete
dominaban el extremo de la mesa. Juan, Paula, Borque, Conchita, Salva, José
Luis y un servidor completábamos el
grupo.
Se
tomó café, y se saborearon copas de diversos destilados, predominaba el orujo.
En este momento fue cuando Carlos Galindo cogió su guitarra y la emprendió. Al
principio cantamos todos sencillas canciones populares y conocidas, después
tocó el turno de cantar la Albada, de Labordeta y corridos mejicanos y ahí
entraron de lleno Santiago y José Luis, quienes se manifestaron grandes
cantautores de fuertes y sonoros vozarrones que nos acompañaron en la cueva y
también en el bar durante toda la tarde.
Terminamos
el día en el bar, bebiendo, cantando y jugando al guiñote. Fue un día muy
completo. Hasta el año que viene.
ZARAGOZA
12 DE FEBRERO DE 2012. CARLOS ALDA
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