Por fin llegó el día de la fiesta
del pueblo. El día 10 de mayo, al atardecer, se celebraron las tradicionales
vísperas en la ermita de Santa Ana. Después, encuentro y saludo de amigos y un
pequeño refrigerio costeado por la comisión de fiestas, bajo el patrocinio del
Ayuntamiento. Por la noche baile en el salón.
El día 11, se celebró la fiesta
mayor. A las doce de la mañana, sonoro repiqueteo de campanas y alegre volteo
del campanillo a cargo del bueno de Tomás.
Inmediatamente la misa solemne, armonizada por entonados cánticos cantados con
devoción por los asistentes a la santa misa.
La subida a Santa Ana fue
costosa, porque el desnivel que hay que salvar es considerable, pero una vez en
lo alto mereció la pena. Todos los acompañantes de San Gregorio pudimos
contemplar el término del pueblo inmensamente verde, salpicado de amapolas
rojas como pequeños corazones o como labios enamorados. Verdes pinares, verdes
trigales, vedes malvas, vedes mielgas, cardos verdes, margaritas verdes
tapizadas de florecillas blancas en un sí quiero, no quiero. El sembrado de la
loma parecía un pequeño lago ondulado por la brisa que le daba un tinte verde
violeta. El espectáculo era maravilloso. Los ojos se llenaban de ilusión y de
verde esperanza.
Entramos en la ermita de Santa
Ana donde, a parte de su limpieza, pudimos admirar el retablo renacentista
lleno de óleos que representan a diversos santos españoles. Terminamos en la
iglesia principal donde veneramos y besamos la reliquia del Santo Patrón. Junto
a la peana del santo me hice una foto con Avelino.
El vermut de hermandad celebrado
en el salón resultó estupendo. Son momentos que merecen la pena vivirse. Hay
armonía, buen humor, alegría, felicidad por reencontrarnos de nuevo y una
abundancia de comida y bebida que hacen olvidar los momentos de crisis por los
que estamos pasando. Chorizo y salchichón, jamón curado y queso blanco y
sabroso, langostinos y frutos secos, vino, cerveza, coca-cola, naranjada, limonada…
Comida en la bodega, todo a la
brasa de sarmientos: morcilla horonda, sabroso chorizo y longaniza, fina papada
y riquísimas costillas de cordero de Aragón. Vino de cosechero, cerveza, agua
fresca de la fuente y postres variados. Después café y copa o chupito y
divertidas partidas de guiñote. A última hora de la tarde aún fuimos a la
bodeguilla de Joaquín. Allí nos juntamos Amalio, Luis, el hijo de Carmencita y
sobrino de Joaquín, Ángel, mi cuñado, fotógrafo oficial, un servidor y el dueño
a degustar sabrosos caldos que cuida y guarda con esmero nuestro anfitrión.
Terminamos el día todos muy felices. Tal vez este año haya echado de
menos a familias enteras que otros años
no suelen faltar. Desde esta página animo a todos los nacidos en Godojos o que
tienen o han tenido relación con el pueblo que no dejen de asistir a estas
fiestas, porque nos encantaría verlos y
volver a estrechar sus manos.
San Gregorio fue Obispo de Ostia.
Ostia es el puerto de la ciudad de Roma. Muchos pueblos de Aragón y La Rioja, con abundantes
viñedos y tradición vitivinícola lo tienen como patrón o como protector de sus
viñas y cosechas. Se cuenta que hubo una gran epidemia de filoxera en los
viñedos de estas regiones. Sus habitantes rezaron a Dios para que librase de
esta enfermedad a sus viñedos, porque suponía una gran catástrofe. Sacerdotes y
religiosos trajeron de Roma unas reliquias de san Gregorio. Los lugareños
invocaron al santo con devoción y las viñas se vieron libres de la plaga de la
filoxera.
RECUERDOS DE SAN GREGORIO
Cuando yo era niño, la fiesta de
san Gregorio era un acontecimiento sin igual. La víspera, los niños y niñas
íbamos a la escuela hasta mitad mañana. A las doce salíamos a esperar la banda
de música. Casi siempre venía la música de Torrijos de la Cañada, aunque en
otras ocasiones vino la de Maluenda, la de Ateca,… Antes de comer, la banda
recorría el pueblo tocando sus pasacalles. Toda la chiquillería íbamos detrás
llenos de alborozo. Los chicos admirábamos especialmente a los músicos que
tocaban el bombo o tambora, con sus platillos, el tambor y la trompeta.
A medio día, excepcionalmente, subía el coche
correo a la plaza, para traer a los invitados forasteros. A veces hasta venía
un autocar que hacía servicio en los balnearios de Alhama. Era rara la familia
que no tenía algún huésped en su casa. Por la tarde se cantaban las vísperas en
Santa Ana, amenizadas por la banda de música. Al atardecer se tenía el primer
baile. Por la noche la banda volvía a tocar en la plaza para que todo el mundo
bailase de nuevo.
El día de la fiesta se cantaba la
“Aurora” de madrugada. Los hombres que cantaban a horas tan tempranas se ponían
a tono la garganta con unas copillas de orujo casero con sabor a anís. Era
gratificante oír arropadito en tu cama esas cadencias musicales que sonaban muy
bien. Mi padre, Ildefonso, el Cipriano, el Perico, el Germán, el Manuel, el
José Manguillas, el tío Guillermo… las cantaban con fervor, entusiasmo y mucho
cariño. Después todo el pueblo participaba en el Rosario de la Aurora. Cuando subíamos
por la calle Zocodover, le recordaba al Borque, como de chicos íbamos por esa
calle llevando sendos faroles.
La misa era muy solemne. La
presidía los miembros del Ayuntamiento en pleno, presididos por el Sr. Alcalde
que llevaba en sus manos la VARA DE MANDO. La celebraban tres curas, venía un
predicador de tronío y la cantaban y tocaban los músicos de la banda junto con
los hombres del pueblo. En la consagración, al alzar la Sagrada Hostia y el Cáliz,
se tocaba la Marcha Real o Himno Nacional. A todos se nos ponía la carne de
gallina.
A medio día se tenía el baile del
vermut que solía terminar tocando la banda “Los Sitios de Zaragoza”. A veces
personas mayores bailaban parte de ellos. La comida era excelente. Casi siempre
rica paella de conejo y pollo. En la puerta de mi casa se reunían muchos pobres
y gente que venía de las cuevas de Ibdes. Mi madre y las tías de Joaquín
sacaban platos de arroz para que nadie se quedase sin disfrutar de la buena
comida de la fiesta. Se completaba el día con el baile de la tarde y con el de
la noche. Para terminar el baile se tocaba la “Jota”. Personas mayores, como el
tío Jacobo y la tía Encarnación la bailaban estupendamente y muchas personas
les hacían corro.
Al día siguiente se continuaba la
fiesta. Le llamábamos san Gregorillo. Salvo los oficios religiosos lo demás era
lo mismo. Si hacía bueno, el baile estaba muy animado. Como la plaza estaba sin asfaltar, los mozos
tenían que regarla con pozales para que no se levantase tanto polvo. Los chicos
gozábamos acompañando a la música cada vez que recorría las calles del pueblo
tocando la diana floreada por las mañanas o los pasacalles a otras horas. Los
pequeños ahorros que teníamos nos los gastábamos en las confiteras, comprando
dulces, mixtos, bombetas o algunos cortes de helado que nos vendía el
“Cacahuete” de Alhama. Al día siguiente de las fiestas volvíamos a la escuela
felices por los buenos días pasados. En
estas fechas Godojos contaba con unos quinientos habitantes.
Zaragoza, 13 de mayo, día de la
Virgen de Fátima del año2013
CARLOS ALDA GÁLVEZ