ALas fiestas populares son las más bonitas y las que
conservan todo el poder, la alegría y la tradición de un pueblo.
Alhama celebró la fiesta de su patrona con una alegría y un
entusiasmo, que podía contagiar a cualquiera que tuviese la suerte de
participar en ella.
Recuerdo que fuimos una vez en familia a dar gracias a santa
Quiteria, abogada de la rabia, porque un perro nuestro, llamado “LITRI”, mordió
a un chico del pueblo, pero no le trasmitió la rabia. Mis padres adornaron el carro de mi abuela con ramas verdes y
flores de las que abundan en mayo. Las dos familias montamos de madrugada en el
tradicional vehículo y después de hora y media nos presentamos ante la ermita
de la Santa. Oímos misa con devoción y al terminar, la tía Joaquina, madre del
niño mordido, cantó varias coplas a la abogada de la rabia, en agradecimiento
porque a su hijo no le había pasado nada. Después nos unimos a la celebración
de todo el pueblo de Alhama, comimos una rica comida, oímos la música,
bailamos, cantamos y jugamos llenos de alegría. Guardo un maravilloso recuerdo
de ese día, a pesar de ser un niño todavía pequeño.
Cincuenta y muchos años después he vuelto a vivir la fiesta
de santa Quiteria con su peregrinación hasta la ermita. Todo se lo debo a la
amabilidad de Celia y a Tito que, a
través de Conchita y Borque, me invitaron a la fiesta. La hija de Celia era la
que tenía la VARA, pero fueron sus padres los que le ayudaron en la
organización y desarrollo de la fiesta, ya que llevaban alrededor de CIEN
invitados.
Al llegar a Alhama me encontré con la procesión, que
acompañada de charanga, llevaban a la Santa Virgen a la ermita de san Roque. Es
costumbre cantarle a la Santa coplas en la que se le piden los deseos propios
de cada uno. Celia le cantó en su ermita y le pidió que aumentase la familia y
que mantuviese la fe de todos. Celia está preocupada y entusiasmada porque su
hija está embarazada y en unos meses dará a luz a un niño. De ahí su petición.
A las once y media montamos en los tractores camino de la
ermita. La salida se anunció con unos cohetes y todos seguimos al tractor que
llevaba la VARA MAYOR, con la imagen de
la Santa. En el camino se nos ofrecieron pastas y riquísimo vino dulce que
bebíamos en porrón, aunque con el traqueteo del tractor resultaba bastante difícil. Rubén, hijo de Celia y de
Tito, que ocupaba la parte trasera del tractor, resultó ser un experto en estos
menesteres. Marisa, una simpática madrileña invitada a la fiesta, también lo
intentó con mucho cuidado y notable éxito.
Una vez que acampamos en la llanura, al pie del monte de la
ermita, iniciamos la empinada, dolorosa y costosa subida. La vereda era
estrecha y muy empinada. El sobrealiento se hacía notar en nuestros pechos. No
sin esfuerzo llegamos hasta la pequeña
altiplanicie donde se encuentra la ermita. Entramos con respeto y devoción y
saludamos a la Santa que se encuentra en el centro del altar.
La ermita es muy sencilla. El recinto está bien blanqueado y
limpio. Tiene un pequeño retablo con altar y un púlpito, en mitad de la sala.
Adosados a las paredes se encuentran unos rudimentarios poyos para que la gente
pueda sentarse. Al lado de la ermita hay un solar donde sin duda ninguna debió
estar la casa del ermitaño o santero hace años. En la planicie hay una charca
con abundante agua. También hay árboles y plantas rodeando la ermita y la
charca. Más arriba se encuentra el pequeño manantial que alimenta a la charca.
El cura don Ramón dijo la misa y los asistentes cantaron y
rezaron con devoción. Todas las personas que subieron hasta la ermita entraron para ver y saludar a la Santa. Se
notaba que había un rescoldo de fe y de emoción en todos los que con cariño
subieron hasta el cerro.
Me contaron los de Alhama que, en tiempos, la ermita era
compartida por Alhama y Bubierca. Como había disputas y alguna que otra riña,
los de Alhama cedieron unos terrenos a los de Bubierca y adquirieron la
prioridad para celebrar la fiesta de la santa siempre, ellos solos, el día veintidós
de mayo.
Abandonamos el monte y bajamos al valle. Allí nos esperaba
un riquísimo y variado vermut y una abundantísima y apetitosa comida. Grupos de
personas se habían distribuido en distintos lugares del valle y de la chopera.
Encontramos mesas bien dispuestas, con amplios tableros, llenas de platos con
diversos aperitivos, jamón, chorizo, cortecitas, queso, tortillas al gusto: de
patata, de patata y cebolla, de verduras, de chorizo, de jamón, de escabeche,
de gambas… en unas enormes parrillas asaron varios kilos de sabrosísima papada
y de riquísimas chuletas de cordero de Aragón. Tampoco faltaron los postres de
un aspecto y una variedad envidiables.
Había agua fresca, cerveza con alcohol y sin, vino blanco,
clarete y tinto en abundancia. Después de los postres tuvimos café y variedad
de licores, destilados, coca colas, tónicas, pacharán, orujos, chupitos… No sé
como el cuerpo de algunos pudo aguantar tanta cantidad y variedad de licores
como ingirieron.
La comida resultó muy
animada. Hubo brindis abundantes, apetito envidiable, carcajadas y buen humor a
raudales. En la sobremesa se cantaron jotas y otras canciones que las personas
cantamos cuando hemos bebido y estamos contentos.
Salvo una pequeña lipotimia, sin duda debida al calor, no
hubo que lamentar el más mínimo incidente.
A las seis de la tarde se bajó a la gran chopera donde los
feriantes habían instalados diverso puestos de venta y esparcimiento. La
charanga tocó música bailable y la gente joven se animó a bailar y a pasarlo
estupendamente durante más de una hora.
A las ocho volvíamos a montar en el tractor y a recorrer el
viaje de vuelta, porque los cofrades tenían que ir a buscar a la Santa que por
la mañana habían dejado en la ermita de san Roque y devolverla a la suya. En el
garaje del Manazas se formó la comitiva
presididos por la VARA MAYOR y
precedidos por el pendón, con la imagen de la santa, que iba abriendo paso. La
charanga tocaba animadas canciones y el pendonero bailaba el pendón con una
maestría que admiraba al público.
Cuando llegamos al centro del pueblo, desde las aceras y
desde las terrazas de los bares la gente aplaudía al grupo de cofrades y a la
comitiva. Estos respondían lanzando una lluvia de caramelos que los niños y
niñas y algunos mayores recogían con verdadero entusiasmo. Pasmos el puente y
dimos por terminado el viaje. Los cofrades llevaron a su Santa a la ermita y
después se reunieron a cenar en el garaje. Comida y bebida tenían en
abundancia.
Gracias amigos de Alhama por haberme permitido pasar un día
tan estupendo. Gracias Celia, Tito, Mariano, Carmen, Pascual, Máximo, Carlos
Galindo, Conchita y J. Borque. Gracias a todos por vuestra amabilidad, por
vuestra fe y cariño hacia la Santa y por vuestro saber estar en todo momento.
CARLOS ALDA. ZARAGOZA, 25 DE MAYO DE 2012RAGÓN